El tintineo de copas me despertó. Eran casi las cinco de la madrugada y aun estaban ahí, festejando la llegada del sofocante verano... Nuestra amistad era sólida [cosa insólita en los tiempos que corren]. Nos conocimos un día cualquiera de esos en que el techo se te viene encima y necesitas salir a respirar. Noches de insomnio, madrugadas de tejedor de ilusiones rotas, asfixiantes horas muertas en el desván... cualquier cosa por salir de allí. Así que salí. Me fui a pasear a la ciénaga para hacerle una visita a la bandida luna cuando, de repente, una parda figura de aroma sensual se me apareció tras los matorrales. Era ella. Como un ciclón su presencia me arrebató un suspiro y no pude más que mirarla sin parpadear. El negro cielo estrellado fue testigo de ese amor tan secreto que por ella comencé a profesar. Desde entonces, somos concursantes en nuestra propia vida, costilla con costilla, condena con condena, ficción con ficción; serenos, pintorescos. Así somos nosotros. Contínuo baile de máscaras y, sin embargo, nos queremos.
-Echa el cierre. Ahora te quiero disfrutar yo...
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